miércoles, 17 de julio de 2019

Cada cierto tiempo libero mi alma 
de los enredos
de los miedos
de los conjuros
de las inseguridades
de los prejuicios
de las tristezas
En el confort diario no uso zapatos, ni cargo metales, ya tengo el tono gris en el cabello, mis años de niñas se fueron al este al igual que mis trenzas, la red de mariposas y el sonido que hacen los sapos en las noches de verano.
Vivo en una casa que alberga mis nostalgias con libros apilados como montaña cerca de mi cama, un paraguas, fotografías, sombreros, pañuelos y en las esquinas frases de poemas alternados con las sombras de mis sueños.
Entonces libero mi alma a la luz de este sol infinito, abro todas las puertas y escucho las 
oraciones de juncos que cruzan el lago más angosto que me llevan a las riveras donde descansa la fe para comenzar la mañana.
Hay una hoja blanca lanzada al sillón del verano, en las tardes la sombrea un dulce resplandor; días sin escribir, a veces me obligo, a veces distraigo ideas conjugando los colores sorprendentes de mis zapatillas nuevas observándolas desde la cama a la alfombra. Han sido tiempos extraños porque la luz de vida aún da gustosa en mi cara, aún veo gorriones en el patio tragando esferas trigueñas en esa
ansiedad furiosa y salvaje con la que se mueve el universo.

Un pedazo de pan flota sin recursos en la taza del té, renuevo de células dicen porque se enfrían las habitaciones de esta casa con más rapidez que antes. Entonces recuerdo que volveré a ser semilla en el alma de un árbol balanceado por el agua, con los ciclos magistrales de un equinoccio quién revele la cantidad de ramas y hojas, no tendré la preocupación que me transfieren mis abuelas sobre la fertilidad y los asombros que producen los estados mentales con la vejez