martes, 30 de octubre de 2012

“OTRA VEZ A LA DERIVA”

 (Del libro Sinfonía Rockera de Ivonne Díaz Cornejo)

 "Entramos a tocar al último de los locales por esa noche, ya de madrugada; Kresta Negra, aquel pub que se sitúa en calle Astorga casi llegando a Millán. Ahí nosotros siempre somos el número más fuerte. Se veía esplendoroso, con todas esas luces encendidas, atestado de gente. Una buena señal para el dueño y para nosotros también. Entramos con nuestros instrumentos atareados, sudorosos por empezar, conectando cables, enchufes, afinando, etc. De pronto la vi; las luces del local embellecían su imagen. Toda de mezclilla, llevaba el pelo al aire tal como a mí me gusta, conjugando con esos ojos pequeños diamantados, quise decírselo al oído, como otras veces, cuando ella llegaba de sorpresa y burlándose de mis amigos, les daba la espalda y humedecía mis labios con los suyos. La observé detenidamente, no parecía importarle mi presencia pues dejó que ese tipo, el guitarrista, pasara una mano por su espalda, luego quedaron abrazados. La besó muchas veces con demasiada pasión, no lo soporté quise reprochárselo, echar para atrás al tipo, batirnos a duelo, golpearlo de nuevo, aturdirlo, ¡matarlo! ... Subimos, probamos el audio, afinamos y comenzamos. Mi voz se escapaba sola de mí, yo no quería que saliese, que dijera todo aquello, que se reflejaran en mí todos esos que nos admiran. Quería salir de ahí, entrar a mi habitación y meterme bajo la cama, escuchar a Jim Morrison, quería besar a Elena, llevarla al paraíso desnuda, penetrarla, morderle sus pechos, oler su cuello, perderme en sus recovecos ¡saciarme de ella!. Sin embargo ahí estaba con otro, haciendo todo eso con otro que no era yo. Una traición funesta ante mis propios ojos. La gente que repletaba el pub se encendía, aplaudía, silbaba, gritaba. El Nacho en su puesto seguía golpeando como nunca la batería, un estremecedor sonido multiplicándose con mi voz arrastrada por la garganta. Un oficio del que muchos admiran, hasta yo lo hago de otros compinches míos, sin decírselos, hay que cuidar los egos en este rubro. ... mi descontrol era evidente, un cuchillo filoso abriéndose paso en mis venas, haciendo sangrar mis vísceras dentro. Estuve apegado al micrófono casi al borde del cataclismo emocional, escupiendo vocablos, tragando licor desde la botella que sujetaba con la mano izquierda. Entonces arremetí con furia y estrellé esa botella contra las luces, agarré una silla y la lancé contra las ventanas; contra los parlantes, arranqué los cables, tomé mi guitarra y me fui sin detenerme a escuchar las protestas del dueño, ni los chillidos de las mujeres que repletaban el lugar."



UNA ESCENA SIN EXPLICACIÓN

 (Del libro Sinfonía Rockera de Ivonne Díaz Cornejo)

 "Quedé de pie, masticando sus palabras, enojado conmigo mismo, apoyado al techo del vehículo. Después de un rato, abrí la puerta y subí, me senté al volante y aceleré a máxima velocidad, una carrera enfermiza en la carretera. Los otros conductores hacían sonar sus bocinas para que dejara de correr, sus alarmas eran inútiles, yo no estaba siendo cuerdo, en ese minuto mis pensamientos volaban hacia otro lado. En mi oído las palabras de Elena hacían eco a cada instante, en una actitud mordaz y poco creíble ¿qué le estaba pasando?, nosotros habíamos planeado liberarnos, una libertad seductiva y fácil de llevar a cabo. Ahora ella ahí, a mi lado, ida, yo sin poder alcanzarla con mis sentidos. Su postura me hacía enfurecer, también abría demasiadas incógnitas sobre lo que pudiera venir después. Una oscilación vertiginosa, sin remedio atentando nuestra relación. Pero Elena no desertaba en sus ideas y me dejaba enrabiado sintiéndome menospreciado, sin salida, dentro de un túnel muy oscuro, con un sabor ácido en la boca. Iba entonces, batallando con estos sentimientos cuando sorpresivamente, en una de las tantas curvas de regreso, casi fuimos aplastados por un tremendo camión con acoplado. En la próxima parada, Elena furiosa golpeó mi cara, tomó su bolso, levantó el dedo, detuvo un bus y subió a él, sin dar tiempo a oponerme. Me dejó solo, aferrado al volante, repasando escenas de los dos en la memoria. No sé por qué esta mujer se complacía en manejar a su antojo mis estados emocionales. He dicho que soy un tipo que no acostumbra a estallar en alborotos, dando brincos de alegría, ni a caer estrepitosamente en los convencionalismos de los demás, pero con ella, estaba dispuesto a girar y replantearme ciertas cosas con respecto a mi personalidad. Conduje cuesta arriba, cuesta abajo durante varias horas, sin animarme a regresar. Estacioné el vehículo en una cantina, ahí adentro bebí hasta el mediodía. Borracho y sin plata dormí sobre una mesa infestada de vino y babas de otros que cabeceaban sobre ella."


lunes, 29 de octubre de 2012

“UNA FASTIDIOSA MELODÍA EN MIS SIENES”











Como es de suponer, nos volvimos a encontrar con Elena y todas esas veces pareció ignorarme, pero yo la seguía, su forma de ser me enamoraba. Si bien, conozco tantas chicas, ninguna se asemeja a ella: su femineidad, sus manos blancas, pequeñas y el color de sus uñas, el rostro limpio sin artificios ni colores atrevidos. Las veces que fruncía el ceño, la forma de escoger las palabras, como acariciaba con la mirada. Aunque tuviera otro tipo al lado, sé que fui importante, la perturbé tanto como una atrevida fuga de Bach, resonando en un tema de rock. Este sentimiento contraatacaba mis ideales porque nunca tuve moral, me acosté con una y levanté con otra. Los falsos discursos ni los escucho. Debe ser por eso que soy un tipo solitario. Mi vieja trata de meterme esas viejas palabras en mi cabeza, ella está llena de detalles: el baño impermeable, los pisos brillantes, nos hace arrastrar trapos de lana con los pies, a los perros no los soporta. Mi viejo es otro caso, trabajador de El Teniente, enrostra ese detalle en mi nariz, lleno de orgullo; un minero fiel a su mina, como un borracho fiel a su botella. No soporta estar de descanso, da vueltas por la casa como animal salvaje en medio de la ciudad. El dice que no nos falta nada, que gracias a él comimos todos los días, que mis hermanos tienen buenos trabajos, que me tiene en la universidad, que mi hermana menor estudia en un colegio de monjas carísimo, que nuestra familia es sumamente privilegiada. Esa oratoria resume toda su personalidad, no necesita más análisis. Entonces decidí confeccionar un mundo a parte, excluyéndolos de a poco, hasta quedar varado en mis composiciones, sumergido en letras musicales, absorbido por mi propia música. Elena constituía mi isla, yo se que lo era, un murmullo mágico envolvía nuestras vidas. Quería hablarle, tomar sus mano, escuchar sus palabras, oírla cantar, su voz estremecía mis sentidos, penetró con fuerzas mi cerebro, podía deducir lo que pensaba, tenía la certeza que a cada minuto pensaba en mí. Una absurda hipótesis que se convertía en obsesión, en un peligro latente para mi libertad. ... Elena un poema andante, una reseña hermosa deducida al más puro sentimiento, una sinfonía dulce, adormeciéndome en bellos sueños todos los días, como el sonido del saxo en un cuarto de ventanas y puertas cerradas.


QUIERO VER A VICENTE


Atrapada en el tren humeante de calor, tres de la tarde a Santiago, dos bolsos gigantes y mis pasajes, me voy a Cartagena. El mar y sus dunas, caserones abandonados y un poema de Vicente, amarrado a una botella. Sueño con él, es un secreto, a veces lo revelo a mis amigas. Vicente y su legado de hombre aristócrata, enredado en asuntos demasiado privados, demasiado públicos. El diario aburre quiero leer a Vicente. Escucho su voz diciendo “sube hasta mi casa, quiero verte”. Es Vicente ya lo conocen, nada de secretos, no puedo esconderme. A Cartagena en un bus inundado de sal, el calor que sube por las escaleras. Vicente, Vicente, ¿dónde estás? Los habitantes de Cartagena ni se preocupan de encontrarte, disfrazan tus versos por cacharros de greda… más bien pienso… no saben que existes…
EL TRENZADOR DE TRENZAS 


 ¿Qué edad tienes? Y el impacto de quedar en blanco, allí parada frente a él, el tipo que me observaba. El sol daba fuerte en la cara, paso mi mano por los ojos, aún llevo bronceador, digo. El tipo me mira y yo lo miro, me siento descarada, alocada ¡y qué tanto! es verano, allá al otro lado ruge el mar. En la cancha agreste los niños suben afiebrados de calor, las nubes no existen, es todo mar, la belleza tal vez de un amor o qué se yo… el viento dice eso y las casualidades también. El tipo moreno agacha su cabeza entrelaza mi cabello sus pies hundidos en unas ojotas. ¿Qué hago aquí? Una trenza larga por favor – él me mira y dice “una trenza larga y linda como tú” Viene más gente todo se pierde en el husmear de turistas que acechan a mi trenzador de trenzas que balbucea frente a mí. Es verano del dos mil diez, un suéter a rayas y la dulce fantasía de decir que no sé quién soy, perdida, si quiero, en los ojos de él. La playa que parece caleta, y los hippies y sus mochilas, los jóvenes capitalinos, y las chicas con poca ropa, y la basta de mis jeans aplastados con el zapato y las locuras de decir que no sé quien soy se divierten en mi cabeza. De seguro ya lo ha notado y se ríe para adentro. El chico moreno que me dijo su nombre en uno de los tantos balbuceos, mientras yo le contaba los pelos, que tenía en su pecho.