A esa hora en el sol la silla de totora y la fogata
en donde mi abuela ponía su tarro a hervir la fruta que iba sacando de un
canasto de mimbre mis ojos en sus manos, tanto que ella afanaba y el calor
sobre la frente y yo pequeñita apenas me veía, a ratos mi padre me subía a sus
brazos en un vuelo de aeroplano consumía mi cabeza adentro del canasto.
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