martes, 26 de febrero de 2013




EL CHIMPILO



En cambio yo no emigré a ninguna parte, me quedé en el fundo, trabajé en “las llaverías”, en los establos, arreglando las panas de los tractores, enrolado en la cosecha. Ahí conocí a muchas mujeres de distintas edades y de varios lugares. Algunas se fijaron en mí por la postura de niño frágil, doblándose entero en su bicicleta roja, mi cabello rubio que revolvía el viento, mis torpes palabras, mis confusas ideas y mis innatas formas de amarlas.
     Aún así, no podía olvidar a la Menchita; su encanto de niña buena hizo que nunca pudiera imaginarla con otro, mi empeño consistía decirle que yo la amaba, un amor que partía en dos mi pecho, sin dejar que pegara los ojos por las noches.

Esa noche al llegar a casa, luego del incidente con el Cholo y el Jano, idee una forma certera para hablarle de lo que sentía por ella.
     En la tarde del domingo se jugaba la final, un tremendo campeonato de clubes, el nuestro era el favorito. Se me ocurrió que ese podría ser el escenario perfecto para mi declaración de amor. Total, si me rechazaba, lloraría en conjunto con la derrota, y si ganaban, sería la emoción de la alegría.
     Mientras el Chano hacía el primer gol del encuentro, la divisé entre las señoras sentadas en un gran tronco de árbol caído. Me acerqué al grupo con disimulo, hasta llegar al lado de la Menchita. Entonces le dije al oído profundo y despacio, sin alterar ni modificar su ánimo.


-          Necesito conversar con usted
-          …¿Ahora?
-          …Si quiere…
-          ¿Aquí mismo?
-          No, mejor allá – apunté a los sauces que se batían majestuosos, semejantes a esos que salen en los cuadros de la oficina del patrón.
Nos fuimos andando lento, sin mirarnos, los que hacían de testigos a la distancia ni podían imaginar mis sentimientos.

-          Quería decirle Menchita que usted me gusta mucho; no duermo, no como bien, me tropiezo, y es que me lo llevo puro pensando…en usted – dije esto último despacio.
     Ella rió a carcajadas, debí parecerle muy cómico. Quedé largo rato callado, estaba siendo imbécil. Además que me perdía las mejores jugadas del equipo. De todos modos, alcancé a robarle un beso. Cuando todos coreaban el triunfo y volvían a correr las javas con cervezas y vino tinto, los corridos mexicanos y la algarabía de los niños saltando de aquí para allá, yo besé sus labios rosas. Así fue como ella correspondió mis otros besos. Esa misma tarde lo comunicamos a la familia. ¡Quería decírselo a todo el mundo!; La Menchita y yo nos amábamos.
     Mi vida cambió totalmente a nada temía, mis conjeturas de adolescente confundido, estaban todas resultas. Pensé.

Un lunes a la hora del almuerzo, vino el Mañungo a avisarme:

-          Estai en las listas ¿sabiai?
-          ¿En qué listas?
-          Pa´ser el Servicio
-          ¿El Servicio Militar?
-          Sí poh
-          ¡¿Tan luego?!
-          Sí poh
-          ¿Hay que ir pa’ lla?
-          Sí poh
-          ¿Vo también saliste?
-          Sí poh
-          ¡Deja de decir la misma hue’a!
-          Es que estoy nervioso
-          Vamos juntos a presentarnos, en una de esas ni nos dejan
-          Sí poh

     En el trayecto de regreso desde la ciudad, nuestros silencios con el Mañungo, se podían palpar. El Mañungo transpiraba, colorado, además que el sol nos daba justo en la cara y la maldita micro se detenía en cada esquina sin alterar la velocidad, manteniendo un fastidioso quejar, parecido al de una ballena perdida.

-          Menos mal que no te dejaron – le dije al Mañungo sin preámbulo
-          …A ti si
-         
-          ¿Queriai quedar?
-          No
-          Pide que te lo saquen
-          No
-          ¿Por qué?
-          ¡No soy ni un cobarde!
-          ¡Yo tampoco poh!
-          Ya sé oh
-          Fue porque tengo pie plano y no sé que ma…
-          Mejor, de la que te salvaste
-          Yo tenía ganas de quedar
-          Tení que cuidar a tu vieja y tus hermanos chicos
-          Mmm…
     Nos quedamos callados, él pensando en volver al trabajo, yo en lo triste que se pondría la Menchita con mi partida. 
     Al bajar de la micro, lo primero que hice fue caminar hacia la casa del Taguano. Estuve parado en el umbral de la puerta, vacilante, no quería demostrar mi angustia, pero el Taguano al verme lo supo de inmediato, pasó su fuerte brazo por mi hombro.

-          Ya cabro, no te preocupí, el tiempo pasa volando
-          Pero me voy a Punta Arenas
-          Pero vai a volver ¿o no?
-          ¡Son dos años!
-          No creo, vai a volver antes, ya vai a ver. Tení que portarte bien no ma paque te suelten luego
-          Tengo que pedirte un favor
-          Dime no má
-          Cuídame a la Menchita, no dejí que nadie se le acerque, que me espere ¡recuérdaselo todos los días!
-          Quédate tranquilo Chimpilo, ella no te va a olvidar
     Esa noche nos tomamos tres botellas, desperté con la garganta seca y el estómago perforado, la cabeza llena de ruidos y el alma acongojada. El Taguano sobre el sillón dormía con los brazos topándole el suelo, el Mocho echado cerca de su amo, ni se quejó cuando le pisé la cola al salir.

Al llegar a casa, guardé algunas pertenencias en un viejo bolso que fue de mi padre. Más tarde, vecinos y amigos me fueron a despedir, el Taguano se ofreció para el traslado del campo a la ciudad. Aferrado al pecho como valioso tesoro, llevé la carta de la Menchita, estuvo lagrimeando abrazada a mi cuello, nos besamos mucho rato, no quería soltarla, fue cuando me entregó la carta, en ella resumía sin escrúpulos lo importante que era yo en su vida. Una historia que nunca di por terminada.


(Estracto del cuento rural El Chimpilo)

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