EL TORO BLANCO
(Estracto del cuento "El Toro Blanco"
del libro de cuentos urbanos "En estos días de invierno")
(Estracto del cuento "El Toro Blanco"
del libro de cuentos urbanos "En estos días de invierno")
El tipo me dio el aviso un día cualquiera que ya
había programado una pelea con un peruano en Arica. Fuimos, el gimnasio
repleto, la gente aparecía en aliento de furia, un eco insoportable en el oído.
Aclamaban no sé qué. En el camarín
recibí un par de consejos, algunas tácticas y ya, directo al ring. - ¡Vamos
muchacho! – oí de lejos, no sé a quién.
Los
guantes bien puestos, nada de golpes bajos, dictaminó el árbitro. Mi
contrincante; delgado, moreno, nariz gruesa, pómulos caídos, brincaba como loco
sobre la lona, escurridizo, dio un golpe, se cubrió, dio otro y quedó sin
respuesta. La multitud de pie gritaba, echaban fuego por la boca, un rugido de
selva descontrolada. – Mijito rico, hay no le vayan a rasguñar ¡puta hue’òn
parecì mijita rica!, ¡pega culiao, pega! – me gritaban. Entonces se acercó el
árbitro y nos dijo que si no terminábamos sangrando, la multitud entera nos
sacarían de ahí a patadas. - ¡Piensa en la plata poh Toro oh! – gritó alguien
desde el gentío. Sin oír más, le di con todas mis fuerzas al peruano. Quedó
estirado, chorreado de sangre, subieron a auxiliarlo, lanzándolo sobre una
camilla. Tardó dos días para recuperar sus cinco sentidos.
Se abalanzaron sobre mí y comenzaron a gritar - ¡El
Toro Blanco campeón mundial! –
Un diario local escribió: “Púgil chileno, nueva promesa del boxeo, se hace acreedor del cinturón
para el campeón del mundo. Increíble, su zurda una esperanza para recobrar el
valor del decaído deporte boxeril en Chile.”
Programaron otro encuentro cerca de Arica, había más
gente, muchos pidiendo autógrafos, lesionaban mis sienes, ¡vamos Torito!,
decían.
El rival, otro enclenque, parecía fideo, en un dos
por tres lo dejé nocaut, ni siquiera sudé. “¡Olé, olé, olé, olé, Toro, Toro!”
Ya era ídolo.
Tuve fugaces romances con mujeres del medio,
parecían finas y delicadas, en cambio, ¡eran todas unas putas! Canales de
televisión se peleaban por tener información a cerca de mis líos amorosos y
engrandecerlos en sus programas faranduleros. De pronto me vi de terno y
corbata hablando huevás en los noticieros, involucrado al golpear a un
periodista que se burlaba por mi falta de vocabulario. Sin embargo eso hizo
crecer aún más mi fama: un chico venido de los suburbios dándole a la patria
tanta alegría, subrayaron los diarios.
Recorrí varios países llegando a Las Vegas con la
intención de disputar el CINTURÓN DEL MUNDO con un fornido norteamericano.
Aquel no era un gimnasio sino una sala de espectáculos:
todo brillaba, los tipos de smoking, las mujeres enjoyadas, las peleas eran
transmitidas a través de pantallas gigantes. Quedé paralizado, giré la cabeza
en un profundo miedo. Nadie sabía mi nombre, jamás me habían visto. Un latino
queriendo ser el mejor, reían.
“Vamos muchacho, golpea no más”, dijo mi
benefactor, casi no lo escucho, desorientado, pensaba en volver a casa. Golpee
a ese infeliz con todo mi enojo, el tipo me devolvió un par de derechazos,
tambalee, sudé frío, un rocío fulguroso en la espalda. Voces venían en otro
idioma, ¡no entendía nada! se deformaban sus caras y sílabas tras el ring como
una película en blanco y negro, esas de los años cuarenta. Necesitaba mi
público, una conexión conmigo mismo, no la hallé. Los insultos me llegaban en
inglés. AL cuarto raund comencé a golpear a ese tremendo negro hasta que le
salió espuma por la boca, lo liquidé sin haberlo propuesto. Quedó tirado con
los ojos blancos. La muchedumbre enloquecida se abalanzó sobre él, en andas lo
sacaron hacia la salida. Nadie aplaudió mi triunfo, los flash de las cámaras
eran para el que se iba. Alguien cogió el cinturón y lo amarró a mi cintura. Mi
entrenador me tomó el brazo y lo alzó, bien muchacho, eres el campeón, salgamos
de aquí antes que nos fulminen.
Llegué a Chile igual a los grandes. La gente bajó
de sus edificios para saludarme, llenaron calles con flores, automóviles
pintados con mi nombre. Tomaron fotos conmigo, acompañado del Presidente en La
Moneda.
Con el tiempo se habló de mi falta de talento en el
ring, que ya no era el mismo, entonces convinieron una pelea con un mexicano el
cual venía a quitarme el famoso cinturón mundial.
Día
del encuentro, Estadio Nacional repleto, las radioemisoras unidas en una
voluntaria cadena informativa, los canales y sus noticieros expectantes, los
fans atestados afuera del hotel, algunos durmieron en sacos o tirados en la
vereda antes del encuentro. Como si aquello fuese un concierto de rock...
El mexicano atacó con todo, me dio duro en las
costillas y en la mandíbula derecha, el protector voló por los aires. ¡A sus
rincones!, algunas instrucciones y otra vez a recibir puñetes. Todos gritaban
era un caos de voces, de sudor, de salivas, escapando en ese ambiente
asfixiante, desencajándome.
Tercer raund, estaba idiotizado, cansado, no quería
peliar, sabía que al dar un izquierdazo mataría a ese mequetrefe, no lo hice,
lo dejé golpear no ma…
Cuarto y
quinto raund ya no daba más, el mexicano se sentía victorioso, sonreía de vez
en cuando haciendo relucir esa blanca dentadura. Enfurecí y le di con todo en
la mandíbula volándole los dientes, el tipo enloquecido golpeó mi estómago, el
rostro, me tuvo entre las cuerdas con tal fuerza que caí al suelo. El estadio
entero de pie, un ooohhhh! Se
escuchó.
(Ivonne Díaz Cornejo)
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