sábado, 15 de febrero de 2014

CAPITULO XIII
“La estación”
(de mi segunda novela "El Hirldo", sin editar)

En la mañana muy temprano me dirigí a la estación, compré mi boleto y estuve paseándome mientras llegaba el tren. Un frío enorme atacaba por todos lados, dos o tres personas se movían igual que yo, para no ser congelados ahí mismo.
La estación de Graneros tiene la particularidad de conectar a los habitantes con los viajeros, uno puede hacerse a la idea de cómo es el pueblo, sus casa se muestran igual a una fotografía: todo está a la vista: la fábrica, los locales comerciales, la gente en bicicleta, los vehículos, las señoras con sus compras, los matrimonios con sus coches de guaguas y los jubilados leyendo el diario.
La estación está llena de historia, los viejos vagones repletos de trigo o carbón, de los chicos ilusionados que compraban pasajes a Pichilemu en busca del mar.
Desde el tren llegaban los rollos de la última película de Cantinflas y las de terror.
Aunque mi pueblo es pequeño en apariencia es rico en cultura y folklor; todos los brazos que llegan a Graneros, se oculta orgullosamente el tránsito histórico de nuestra nación y su independencia. Las leyendas salen por sí solas a la calle.
Me quedé por un buen rato abstraído por estos pensamientos, sin darme cuenta la divisé frente a mí, era indudablemente ella. El viento enloquecía sus cabellos, volví a perderme, no quería retroceder, pero lo hice. No tenía  el cálculo del tiempo transcurrido desde que nos vimos la última vez… dos o tres años, no sé, no quería recordar, no era sano confundirme, no ahora, pero ella perforaba mis pensamientos y todo lo que antes borré se vislumbró como la sacudida del polvo de unos viejos manuscritos.
“Hola…” me dijo, no reaccioné, un temor singular me golpeó con furia los sentidos: mis noches solitarias, mi búsqueda, mis prolongadas depresiones, mi ira, todo un resumen de algo que fue y no fue. Le respondí el saludo, miré hacia otro lado, las copas de los árboles de la plaza se divisaban sin movimientos, un ligero temblor en mis rodillas, como dije, no quería retroceder, pero lo hice. Se volcó todo como en un naufragio, mis recuerdos flotando en el mar, está bien no hubo palabras de despedida, ni disculpa, ni esa certeza que lo nuestro iba a ser para siempre, sin embargo, una corriente devastadora me llevaba hacia ella, un impulso poco práctico.  He creído en mi fortaleza interna al tenerla lejos, nunca más pensaré en ella, me dije, yo puedo amar muchas veces, me repetí, voy a conquistar a varias mujeres, me dejaré conquistar por todas, me prometí. No cumplí. Se desvaneció mi orgullo al tenerla frente a mí.

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