CAPITULO XIII
“La estación”
(de mi segunda novela "El Hirldo", sin editar)
En la mañana muy temprano me dirigí a la estación, compré mi
boleto y estuve paseándome mientras llegaba el tren. Un frío enorme atacaba por
todos lados, dos o tres personas se movían igual que yo, para no ser congelados
ahí mismo.
La estación de Graneros tiene la particularidad de conectar
a los habitantes con los viajeros, uno puede hacerse a la idea de cómo es el
pueblo, sus casa se muestran igual a una fotografía: todo está a la vista: la
fábrica, los locales comerciales, la gente en bicicleta, los vehículos, las
señoras con sus compras, los matrimonios con sus coches de guaguas y los
jubilados leyendo el diario.
La estación está llena de historia, los viejos vagones
repletos de trigo o carbón, de los chicos ilusionados que compraban pasajes a
Pichilemu en busca del mar.
Desde el tren llegaban los rollos de la última película de
Cantinflas y las de terror.
Aunque mi pueblo es pequeño en apariencia es rico en cultura
y folklor; todos los brazos que llegan a Graneros, se oculta orgullosamente el
tránsito histórico de nuestra nación y su independencia. Las leyendas salen por
sí solas a la calle.
Me quedé por un buen rato abstraído por estos pensamientos,
sin darme cuenta la divisé frente a mí, era indudablemente ella. El viento
enloquecía sus cabellos, volví a perderme, no quería retroceder, pero lo hice.
No tenía el cálculo del tiempo
transcurrido desde que nos vimos la última vez… dos o tres años, no sé, no
quería recordar, no era sano confundirme, no ahora, pero ella perforaba mis
pensamientos y todo lo que antes borré se vislumbró como la sacudida del polvo
de unos viejos manuscritos.
“Hola…” me dijo, no reaccioné, un temor singular me golpeó
con furia los sentidos: mis noches solitarias, mi búsqueda, mis prolongadas
depresiones, mi ira, todo un resumen de algo que fue y no fue. Le respondí el
saludo, miré hacia otro lado, las copas de los árboles de la plaza se divisaban
sin movimientos, un ligero temblor en mis rodillas, como dije, no quería
retroceder, pero lo hice. Se volcó todo como en un naufragio, mis recuerdos
flotando en el mar, está bien no hubo palabras de despedida, ni disculpa, ni
esa certeza que lo nuestro iba a ser para siempre, sin embargo, una corriente
devastadora me llevaba hacia ella, un impulso poco práctico. He creído en mi fortaleza interna al tenerla
lejos, nunca más pensaré en ella, me dije, yo puedo amar muchas veces, me
repetí, voy a conquistar a varias mujeres, me dejaré conquistar por todas, me
prometí. No cumplí. Se desvaneció mi orgullo al tenerla frente a mí.
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