lunes, 10 de febrero de 2014

(Crokis de mi nueva novela)

Volví al volante y a las calles de curvas y subidas y bajadas por los cerros costeros y la brisa y el sol y la fatiga y los brillos potentes de las ventanillas de los otros autos y mi pesadilla de ser quien soy sin poder resolver sin poder detener lo que debería detener. – Dónde vives, te llevo a casa – repuse sin querer decirlo porque no tenía deseos de devolverla, ya había dicho, era mi trofeo – Vivo cerca de la curva en dónde nos conocimos, puedes dejarme ahí mismo si quieres – la miré preocupado ¿estaba mintiendo? – no, mejor te dejo en las puertas de tu casa – y qué tal si ella era casada con hijos con un marido gruñón con casa, perro, piscina y plantas así como las dueñas de casa que se ponen contentas cuando van al supermercado. Y qué tal si estaba enamorada de un tipo que la golpeaba y no la dejaba salir de casa o de un hombre casado y adinerado…

 Bajó del vehículo en un brinco que ni supe cuando se despedía agitando la mano tras mi ventanilla. Entonces giré en reversa y me fui escuchando la radio por la autopista que informaba cuarenta y dos grados a la sombra con razón la brisa que entraba no era suficiente para calmar el calor.

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