sábado, 15 de febrero de 2014

CAPITULO XXV, “La Revelación”

Todo Santiago en brumas, su color gris decae mi ánimo, he tenido la convicción que una historia atroz se cierne sobre nuestras cabezas al recorrer sus calles. Los muros repletos de afiches y de estúpidas frases, las palomas que se posan en el suelo y luego huyen, la gente que rozan sin mirar, los mismos vendedores en los bordes de las aceras, las micros y sus salvajes carreras, el metro y su rutinario trayecto, las iglesias evangélicas, el murmullo de los fantasmas que aparecen de a uno por los ventanales de los edificios en construcción o por las avenidas hacia Departamental, Puente Alto, Recoleta o San Miguel.
He sido siempre un vagabundo, no logro hilvanar mi rumbo, menos ahora. Comencé por recorrer el centro con mis cuadernos apretándolos contra el pecho. No supe como fui a dar a las puertas de la universidad, estuve un rato mirándola desde afuera, hasta que decidí entrar, iba hacerlo pero en ese momento siento que me agarran de las ropas; la Jecho, con su postura de mujer madura, tan resuelta y tan pragmática increpándome con el seño fruncido.

-          ¿Vamos hablar o vas a esconderte detrás de tus amigos?
-          Aquí yo no tengo amigos – quise seguir con mi trayecto, en cambio ella volvió a pellizcar mis ropas.
-          No quise traicionarte, estoy segura que no lo he hecho, aún sigo enamorada de ti, eso no lo puedo cambiar.
-          ¡Pero me cagaste! ¿Cómo creí que me siento?, lo peor de todo es que yo te creí toda esa huevá que me dijiste… hay que ser muy astuta para llegar tan lejos como tú lo hiciste conmigo.
-          Arreglémoslo, no puedo dejar de pensar en ti, estoy mal Guillermo, por favor, es difícil decirte esto …
-          Mira, no quiero mentiras, no quiero escucharte mañana voy a buscar mis cosas a tu departamento ¡y ya se acabó!

Tiempo después Marco las emprendió contra mí, en una noche caí en una emboscada; cinco tipos me golpearon contra el pavimento, sin complacencia, luego de aturdirme se encargaron de hace que volviera en sí, para encontrarme cara a cara con Marco quien me dio un certero puñetazo en el estómago y dijo:
-          Te lo advertí, nadie le hace daño a la Jecho, menos vo, huaso de mierda

Subieron todos al vehículo, marchándose sin volver nunca más.


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