(Crokis de mi nueva novela)
La miré
de soslayo, su pelo rojizo le cubría la mitad de la cara, sudaba y la botella
intacta bailaba entre sus rodillas. – Eres bueno pa los combos – dijo con voz
dormida. Esa madrugada conduje por calles y bandejones que nunca había visto.
Llegamos a la playa, el aire fenomenal, le robé la botella y bebí, era whisky
del bueno. Algunas gaviotas se aproximaron y luego huyeron de inmediato,
extraño eso de no ver tantas gaviotas en la playa como antes cuando era niño y
los viajes a la playa eran todo un acontecimiento con huevos duros y jugos en
polvo arriba de un tren repleto. Me seducía la idea también cuando estuve
casado y arrendaba un cuartito de hotel allá arriba, creando alucinaciones de dos
personas adineradas, divertidas tomando sol en mares extranjeros. Detesto ese
tiempo perdido enamorado de una mujer que ni sé si me quiso, detesto incluso
viajar a ver a mis hijos que cuando les hablo miran hacia otro lado. Es por
ello que dejé sus obsequios de navidad tirados bajo un árbol atestado de luces
en ese departamento anclado en el barrio alto de Santiago que se pierde en
señaletas absurdas de mi subconsciente. En esto estaba fatigando aún más mi
cabeza cuando ella despertó, somnolienta y estúpida – oye ¿dónde estamos? – le
indiqué el mar y se largó a reír - ¿quieres seducirme? Te digo altiro que no
soy fácil, voy hacerme de rogar cabrito, mejor dame un cigarro – le pasé la
cajetilla y bajé del auto contemplando que ya amanecía y la gente se agolpaba
bajo la tenue niebla matinal a aprovechar las pocas horas que el sol pudiera
regalar.
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