lunes, 10 de febrero de 2014

(Crokis de mi nueva novela)

La miré de soslayo, su pelo rojizo le cubría la mitad de la cara, sudaba y la botella intacta bailaba entre sus rodillas. – Eres bueno pa los combos – dijo con voz dormida. Esa madrugada conduje por calles y bandejones que nunca había visto. Llegamos a la playa, el aire fenomenal, le robé la botella y bebí, era whisky del bueno. Algunas gaviotas se aproximaron y luego huyeron de inmediato, extraño eso de no ver tantas gaviotas en la playa como antes cuando era niño y los viajes a la playa eran todo un acontecimiento con huevos duros y jugos en polvo arriba de un tren repleto. Me seducía la idea también cuando estuve casado y arrendaba un cuartito de hotel allá arriba, creando alucinaciones de dos personas adineradas, divertidas tomando sol en mares extranjeros. Detesto ese tiempo perdido enamorado de una mujer que ni sé si me quiso, detesto incluso viajar a ver a mis hijos que cuando les hablo miran hacia otro lado. Es por ello que dejé sus obsequios de navidad tirados bajo un árbol atestado de luces en ese departamento anclado en el barrio alto de Santiago que se pierde en señaletas absurdas de mi subconsciente. En esto estaba fatigando aún más mi cabeza cuando ella despertó, somnolienta y estúpida – oye ¿dónde estamos? – le indiqué el mar y se largó a reír - ¿quieres seducirme? Te digo altiro que no soy fácil, voy hacerme de rogar cabrito, mejor dame un cigarro – le pasé la cajetilla y bajé del auto contemplando que ya amanecía y la gente se agolpaba bajo la tenue niebla matinal a aprovechar las pocas horas que el sol pudiera regalar.

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