HOMBRE DE LA TIERRA
(de mi tercera novela, sin editar)
Transcurrió un rato, un intervalo de
silencio,a fuera el ruido de un automóvil estremeció la calma, se abrió una
puerta y los pasos de niño pequeño trajinando aquí y allá de pronto apareció;
de cabello rizado, el rostro pálido, ojos azules pequeños e intranquilos, le
dio un fuerte abrazo a su padre y le entregó una hoja en blanco.
-
¡Papi, hazme un avioncito! – Juanco lo miró enternecido, con mucha
paciencia dobló esa hoja varias veces, hasta que Nicanor se la quitó y le
confeccionó en menos de tres segundos
-
¡Oh! Supeeeer! – exclamó el chico ante el asombro de Juaco
-
¿Tienes hijos, te casaste?
-
Ni uno, ni lo otro – Le respondió mientras pasaba sus dedos por las
ondulaciones del pequeño quien comenzó a lanzar en todas direcciones aquella
nave de papel. En ese momento escucha:
-
Yerko , a lavarse las manos para…
Nicanor
gira bruscamente la cabeza y queda paralizado al ver materializada esa voz en
la sala, su razón girando a mil en segundos. Allí, parada, con el cabello
desordenado, luciendo unos desteñidos bluyines, le miraba impávida sin poder
terminar la frase, Margot, quien se sentía presa en una escena absurda.
-
Este que tú ves aquí, era mi mejor amigo en la universidad, digamos mi
hermano del que siempre te hablé, seguramente ya lo conoces – le dijo Juaco
poniéndose de pie
-
Sí… no, digo, de nombre, claro y por los diarios también – le dio la
mano sin saber qué hacer, Yerko irrumpía a veces con el avión de papel que
volaba sobre sus cabezas y que aterrizaba encima de alguna de ellas. De pronto
sin ser descortés prefiere abandonar la sala dando una vaga excusa, detrás
corrió su hijo.
Tuvo que sentarse por un buen rato en el
borde de su cama para poder digerir de mejor manera lo que estaba pasando,
Margot, no atinaba, la sonrisa de aquel hombre, sus gestos, sus ademanes,
maldito destino que vino a remecerle la vida otra vez. Pensó que ya lo tenía superado, un amor de
lejos que no le causó grandes complicaciones en esos años pero ahora parado
sobre la alfombra de su casa extendiéndole la mano… podría huir, tomar su
chaqueta y salir de ahí, era inútil ya se había revuelto todo otra vez.
-
¡Margot, ven a despedir a mi compadre que ya se va! – le grita Juaco
desde la calle.
Fue
como llegó al lado de Nicanor para despedirse, él pensó que ella flotaba, no
existía nada más que ella, alrededor todos desaparecieron, hasta él mismo, su
espíritu privilegiado la contemplaba desde arriba, por ese motivo no le salía
la voz, tuvo que llamarlo para que bajara y así discernir. Tantas veces
buscándola, intentando descubrirla de nuevo en las calles, entre las sombras de
su habitación, en las sonrisas de otras, al escuchar una añeja melodía en la
radio. Nunca la halló, entonces se
acostumbró a su ausencia porque ya no importaba tanto, en cambio ahora podría
turbar su trayecto, no estaba seguro si lograría deshacerse de ella otra vez.
Le dijo
adiós con un ligero apretón de mano y subió al vehículo de Juaco, quien lo trasladaría al hotel en donde se
alojaba. Ella, quedó de pie
contemplando los ojos de él que se asomaban por el espejo retrovisor del automóvil en marcha.
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