domingo, 16 de febrero de 2014

HOMBRE DE LA TIERRA
(de mi tercera novela, sin editar)

Transcurrió un rato, un intervalo de silencio,a fuera el ruido de un automóvil estremeció la calma, se abrió una puerta y los pasos de niño pequeño trajinando aquí y allá de pronto apareció; de cabello rizado, el rostro pálido, ojos azules pequeños e intranquilos, le dio un fuerte abrazo a su padre y le entregó una hoja en blanco.

-          ¡Papi, hazme un avioncito! – Juanco lo miró enternecido, con mucha paciencia dobló esa hoja varias veces, hasta que Nicanor se la quitó y le confeccionó en menos de tres segundos
-          ¡Oh! Supeeeer! – exclamó el chico ante el asombro de Juaco
-          ¿Tienes hijos, te casaste?
-          Ni uno, ni lo otro – Le respondió mientras pasaba sus dedos por las ondulaciones del pequeño quien comenzó a lanzar en todas direcciones aquella nave de papel. En ese momento escucha:
-          Yerko , a lavarse las manos para…
Nicanor gira bruscamente la cabeza y queda paralizado al ver materializada esa voz en la sala, su razón girando a mil en segundos. Allí, parada, con el cabello desordenado, luciendo unos desteñidos bluyines, le miraba impávida sin poder terminar la frase, Margot, quien se sentía presa en una escena absurda.
-          Este que tú ves aquí, era mi mejor amigo en la universidad, digamos mi hermano del que siempre te hablé, seguramente ya lo conoces – le dijo Juaco poniéndose de pie
-          Sí… no, digo, de nombre, claro y por los diarios también – le dio la mano sin saber qué hacer, Yerko irrumpía a veces con el avión de papel que volaba sobre sus cabezas y que aterrizaba encima de alguna de ellas. De pronto sin ser descortés prefiere abandonar la sala dando una vaga excusa, detrás corrió su hijo.
Tuvo que sentarse por un buen rato en el borde de su cama para poder digerir de mejor manera lo que estaba pasando, Margot, no atinaba, la sonrisa de aquel hombre, sus gestos, sus ademanes, maldito destino que vino a remecerle la vida otra vez.  Pensó que ya lo tenía superado, un amor de lejos que no le causó grandes complicaciones en esos años pero ahora parado sobre la alfombra de su casa extendiéndole la mano… podría huir, tomar su chaqueta y salir de ahí, era inútil ya se había revuelto todo otra vez.
-          ¡Margot, ven a despedir a mi compadre que ya se va! – le grita Juaco desde la calle.
Fue como llegó al lado de Nicanor para despedirse, él pensó que ella flotaba, no existía nada más que ella, alrededor todos desaparecieron, hasta él mismo, su espíritu privilegiado la contemplaba desde arriba, por ese motivo no le salía la voz, tuvo que llamarlo para que bajara y así discernir. Tantas veces buscándola, intentando descubrirla de nuevo en las calles, entre las sombras de su habitación, en las sonrisas de otras, al escuchar una añeja melodía en la radio. Nunca la halló, entonces  se acostumbró a su ausencia porque ya no importaba tanto, en cambio ahora podría turbar su trayecto, no estaba seguro si lograría  deshacerse de ella otra vez.
Le dijo adiós con un ligero apretón de mano y subió al vehículo de Juaco, quien lo trasladaría al hotel en donde se alojaba. Ella, quedó de pie contemplando los ojos de él que se asomaban por el espejo retrovisor del automóvil en marcha.

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