sábado, 15 de febrero de 2014

CAPITULO XIII
“La estación”
(de mi segunda novela El Hirldo, sin editar)

Llegó el tren, lo abordó rápidamente, quedé consternado, quise irme a casa, encerrarme en el taller de ensayo y golpear mi batería, huir, comprar otro boleto, necesitaba respirar, un ahogo ciego apretándome la garganta.
De todos modos subí, la busqué entre la gente, de pie, sujeta al pasamano iba distraída mirando por la ventana, me acerqué, sonrió, como si esperara ese encuentro.
¿Has estado bien?, dijo, no lograba responderle, la voz no me salía, adentro todo se contradecía, los circuitos totalmente colapsados.
-         -  … Sí … bueno, con harto trabajo, pero sí
-          - ¿Ya vas a salir de la universidad?
-          - Me falta poco…
-          - Yo estudié paisajismo para explorar y no quedar encerrada en una sala de clases, la vegetación, el aire, las flores, es mucho mejor para mí que reunirme con gente distinta.

Parecía como si hablara consigo misma porque al darse cuenta que la miraba sorprendido bajó la vista y se tiño de rojo su cara. No supe qué decirle, estuvimos callados un rato, luego continuamos, hacía tiempo no la escuchaba, su voz suave se repetía en el murmullo del tren, con los miles de sonidos, con ese colorido del sol infiltrándose por los pasillos. Hasta que le lancé la pregunta que me rondaba y no quería decir pero la dije:
-          ¿Cómo está el Genaro? – Sentí  que dudaba al responder, una breve contradicción sólo yo noté, era un abismo sumamente oscuro, una daga rompiendo venas, lazos, uniones, sangrando, escarbando…
-          Ya no trabaja en Santiago, tiene su propia empresa, pequeña pero suficiente como para mantenerlo, está bastante bien.
-          ¿Y… contigo?
Agachó la cabeza, luego perdió la vista en un punto cualquiera allá afuera, me apreció que una nube vino de pronto y oscureció todo.
-          Estamos creciendo, es decir estamos solidificando nuestra unión, llevamos bastante tiempo juntos y bueno sus padres están presionando … tú sabes …
-          ¿Presionando?
-          Sí, para que nos casemos luego
Comencé a transpirar, en eso el tren se detuvo, llegábamos a Buin, mucha gente subió, otra bajó, pero yo no me daba cuenta de aquella muda, me remitía a esa frase: “para que nos casemos luego”.
La miré con la cara llena de tristeza, parecía no comprenderlo ¡no comprendía nada! Lo que me dijo después ya no lo recuerdo, fueron esas palabras abstractas y sin vida, ilógica, se esfumaron en distintas direcciones. Me propuse abandonarla, quería abandonarla, me urgía abandonarla. Comprendí que ella y yo somos entes apartes, su filosofía no me concernía, su modo de ver la vida me insultaba  y  es que yo no tenía cabida en su mundo. Me negué a seguir regando el árbol con el cual pretendía edificar mi vida con ella, dejaría que secara ¡que se muriera!
Bajamos del tren, cada uno hacia su destino, le dije adiós con la mano y me perdí entre la multitud de la Estación Central.

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