CAPITULO XIII
“La estación”
(de mi segunda novela El Hirldo, sin editar)
Llegó el tren, lo abordó rápidamente, quedé consternado, quise
irme a casa, encerrarme en el taller de ensayo y golpear mi batería, huir, comprar
otro boleto, necesitaba respirar, un ahogo ciego apretándome la garganta.
De todos modos subí, la busqué entre la gente, de pie,
sujeta al pasamano iba distraída mirando por la ventana, me acerqué, sonrió,
como si esperara ese encuentro.
¿Has estado bien?, dijo, no lograba responderle, la voz no
me salía, adentro todo se contradecía, los circuitos totalmente colapsados.
- - ¿Ya vas a salir de la universidad?
- - Me falta poco…
- - Yo estudié paisajismo para explorar y no quedar
encerrada en una sala de clases, la vegetación, el aire, las flores, es mucho
mejor para mí que reunirme con gente distinta.
Parecía como si hablara consigo
misma porque al darse cuenta que la miraba sorprendido bajó la vista y se tiño
de rojo su cara. No supe qué decirle, estuvimos callados un rato, luego
continuamos, hacía tiempo no la escuchaba, su voz suave se repetía en el
murmullo del tren, con los miles de sonidos, con ese colorido del sol
infiltrándose por los pasillos. Hasta que le lancé la pregunta que me rondaba y
no quería decir pero la dije:
-
¿Cómo está el Genaro? – Sentí que dudaba al responder, una breve
contradicción sólo yo noté, era un abismo sumamente oscuro, una daga rompiendo
venas, lazos, uniones, sangrando, escarbando…
-
Ya no trabaja en Santiago, tiene su propia
empresa, pequeña pero suficiente como para mantenerlo, está bastante bien.
-
¿Y… contigo?
Agachó la cabeza, luego perdió la
vista en un punto cualquiera allá afuera, me apreció que una nube vino de pronto
y oscureció todo.
-
Estamos creciendo, es decir estamos
solidificando nuestra unión, llevamos bastante tiempo juntos y bueno sus padres
están presionando … tú sabes …
-
¿Presionando?
-
Sí, para que nos casemos luego
Comencé a transpirar, en eso el
tren se detuvo, llegábamos a Buin, mucha gente subió, otra bajó, pero yo no me
daba cuenta de aquella muda, me remitía a esa frase: “para que nos casemos
luego”.
La miré con la cara llena de
tristeza, parecía no comprenderlo ¡no comprendía nada! Lo que me dijo después
ya no lo recuerdo, fueron esas palabras abstractas y sin vida, ilógica, se
esfumaron en distintas direcciones. Me propuse abandonarla, quería abandonarla,
me urgía abandonarla. Comprendí que ella y yo somos entes apartes, su filosofía
no me concernía, su modo de ver la vida me insultaba y es
que yo no tenía cabida en su mundo. Me negué a seguir regando el árbol con el
cual pretendía edificar mi vida con ella, dejaría que secara ¡que se muriera!
Bajamos del tren, cada uno hacia
su destino, le dije adiós con la mano y me perdí entre la multitud de la
Estación Central.
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