sábado, 15 de febrero de 2014

EL COMIENZO Y EL FINAL

(de mi segunda novela aún no editada: "El Hirldo")

Siempre pensé que mi país ante los ojos del mundo era sólo una región aislada, poco culta, casi indómita y salvaje. En cambio al salir de sus fronteras me he dado cuenta lo mucho que saben de nuestra cultura, paisajes y administración cívica. Nos celebran como héroes, mártires de un hombre y su batallón de soldados que ejercieron brutales castigos para quienes consideraban sus enemigos.
Entonces aprendí a valorar insignificancias de mi patria; el vocabulario que utilizan los diferentes personajes callejeros, el smog de Santiago, las calles mal pavimentadas, los programas televisivos y toda esa farándula criolla que a veces sentencié con sólo apagar la tele. El olor de mi pueblo, ese olor que recibe al visitante abrazando sin que lo noten a todo lo ancho y largo; los árboles floridos avanzando en una marcha de aromos y ciruelos moviéndose discretamente con el viento. Su gente, la que me saluda, la que me pregunta cómo estoy, el abrazo sincero de mis compinches y las voces inigualables de los niños al salir de clases.

He cumplido mi sueño, no sé si he llegado a la cima o no. Mi carrera en ciencias políticas pudo haberme catapultado en una sólida condición social y económica, sin embargo necesitaba otra cosa y lo escribí, fue como nació mi primera novela, luego vino otra y otra, el éxito y la fama no se hicieron esperar y no me negué a recibirlos, muy por el contrario me dejé llevar por aquello con la indulgencia del aprendiz. Cometí muchos errores, errores que comete el hombre maduro, estúpido e insensato, del que piensa como alguien mencionó por ahí: “los escritores jóvenes creen que el mundo pasa por su ombligo”, admito, yo lo creí así, me equivoqué y lo pagué caro.

Hice y deshice varios amores, no podía dar nada, para ellas fue agotador, las convivencias se tornaban pesadas, sufribles… En cada pieza de hotel batallaba con mi soledad, quise no vivirla, pagaba buenas tajadas de dinero a alguna chica suplicando que se quedara conmigo. Después de verlas desnudas enfurecía y las golpeaba. Muchas no dudaron en denunciarme, tuve problemas con la policía de otros países y mi fotografía circuló en las portadas de los diarios como si fuera un delincuente.

Bebí tanto alcohol y de tantas marcas que ya no me sabe a nada, no recompensan mi sed.
En una reunión de amigos casi mato a un tipo porque lo pillé mirando con demasiada imprudencia a mi chica. Le di al tipo un tremendo empujón, lo hizo tambalear, se echó a reír sin asunto, enfurecí aún más, entonces le di un puñetazo en la mandíbula derecha, luego en la izquierda, en el ojo derecho, en el ojo izquierdo, en el estómago… yo era más fuerte, mi cuerpo se hinchaba, mis músculos afloraban engrandeciéndome, no podía respirar, todo era un barullo adentro de mi cabeza, la rabia no se detenía, no quería detenerla, iba a liquidarlo, ese era mi propósito. Afirmaron mis brazos, luchaba para zafarme, tenía ganas de matarlo, de golpearlo hasta sacar toda aquella tremenda ira.
Salí de allí tomando a bocanadas el aire y caminé sin dirección. Tropecé con gente distinta, dormí tirado en el banco de una plaza desconocida y desperté sin mis zapatos, subí a un taxi e invité al chofer a beber unos tragos en un bar de mala muerte. Nos involucramos en una riña, luego ¡todos presos! Mi representante pagó la fianza, ropa nueva y unos buenos zapatos.

Desde entonces he estado luchando por recuperar la identidad. Ha sido difícil porque tengo dentro de mí un sinfín de reparos por soltar mis desvaríos. A veces rompo las cadenas y escapo dando gritos en la calle, pateando los basureros, los postes, los letreros luminosos, insulto a quienes encuentro en mi trayecto por la carretera, no pago las cuentas y destruyo mis hojas.
Algunos pretenden ayudar al ser testigos de estos actos tan míos, tan desafortunados, pretenden salvarme de algo sin lograr adivinar de qué. Porque existe cierto desorden en mí, que no me deja discernir. Cuando lo pienso vuelvo a entrar en calma y vuelvo a esposarme para ser útil, viable, dúctil y coherente.
Es por eso que estoy sentado al volante de este automóvil rodando por la carretera hacia mi pueblo: Graneros.

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